El arte de Chanoir ha pasado por las calles de Miami, Pekín, Roma, Londres y Bruselas, entre otras ciudades.
Muchos artistas callejeros en el mundo luchan, tras prejuicios, por conservar el graffiti como un arte a resaltar y no como una congestión urbana. La pintura en spray decora las ideas de diversos artistas que buscan llevar un mensaje a través de sus obras plasmadas en muros sucios o túneles escondidos.
Nacido en Bogotá, y criado en Paris, Alberto Vejarano, más conocido como Chanoir, vive actualmente en Barcelona, donde está rodeado de constante inspiración. Chat es gato en francés, Noir negro, Chanoir es un gato negro que va de calle en calle en busca de los mejores lugares donde pueda llevar a cabo su obra, aruñando lo aburrido y sacando las uñas contra los prejuicios.
Chanoir, inspirado en el gato negro de los afiches de un cabaret parisino, es el nombre elegido por el colombiano Alberto Vejarano para firmar los grafitis que pinta en las calles de París, un talento que lo ha llevado a exponer en museos y galerías de todo el mundo.
«Estoy reinventando el mamarracho», dijo en relación a su obra, que afirma que es como los garabatos que la gente hace sin darse cuenta cuando habla por teléfono. Vestido con una máscara de peluche de Emilio (Woodstock, el pájaro amigo de Snoopy) sale a pintar a la calle. Con cuidado retoca los bordes de uno de sus grafitis. Calcula que puede haber estampado entre 500 y 1.000 en toda su vida.
«Hacer un grafiti es un poco como marcar un punto en la cancha», contó en una entrevista con la AFP, en la que admitió que el ego juega un papel central. «El grafiti siempre tuvo problema con la gloria. Este es el verdadero deporte de los megalómanos. El grafiti es lo que pasa alrededor».
Ha mostrado su trabajo en galerías y museos de muchos países, desde el Reino Unido a China, pasando por su Bogotá natal y Estados Unidos. Las calles de Miami y Barcelona llevan su marca. En Francia ha expuesto en el Museo de Artes y Oficios de París, la prestigiosa fundación Cartier y en galerías privadas.
En sus telas cientos de gatos con distintas expresiones conviven en un universo de colores. «En Latinoamérica se ponen más colores. Eso le da un toque más tropical», explicó.
Su inspiración es diversa. La admiración de su hijo por Napoleón lo ha llevado a alterar estampas del siglo XIX del emperador. Desde que comenzó a ver la serie Cosmos, sus gatos flotan en polvo estelar. Su lado más pop lo ha llevado a hacer un decorado en las Galleries La Fayette, a trabajar para Cacharel y a pintar un dibujo con el que Samsung promocionó un teléfono. Incluso pintó un mural para Disney en los Campos Elíseos.
«Uno se prostituye pero es una bendición. Solo que le guste a alguien es un milagro, ya que lo quiera comprar es otra cosa».
Pese a que puede ganar miles de dólares cuando vende una pieza, la irregularidad de sus ingresos y su obsesión por las colecciones lo hacen vivir de manera precaria.
«Vivo en la casa de mis padres. Es como Colombia en París», comenta riendo. En su taller del este de París afirma que hay asbesto en el techo. En verano se concentra el calor y en invierno el frío arrecia. Obsesivo, consume parte de sus recursos en una colección de peluches de la década de 1980, que están destinados a una instalación artística que ronda en su mente.
«Cuando tuve dinero me volví loco», confesó. En una caja de plástico transparente se apilan decenas de juguetes en los que se ha gastado miles de euros. En Estados Unidos ya causó escándalo al montar una exposición en la que torturaba a símbolos de la cultura infantil como los Muppets.
Para Alberto, su alter ego, el gato negro, inspirado en el afiche que promocionaba un café del barrio de Montmartre a finales del siglo XIX, es una metáfora. «Es perfecto como animal urbano», contó.
En las calles, se ha curtido para soportar las críticas inevitables en el mundo del grafiti. «Siempre defendí el derecho a ser ‘naíf'», afirmó reivindicado su logo, que es tan simple que podría haberlo hecho un niño. «Antes decían este ‘man’ es famoso por pintar feo».
«Yo tenía un profesor de la universidad que decía que uno tiene suerte si crea una cosa una vez en la vida, dos ya es algo muy raro. Todo arte figurativo es un acto de piratería», afirmó.
Para Alberto, el deporte es una metáfora para el arte. Siente que lo que ha hecho hasta ahora es un entrenamiento para un partido que recién comienza. «Llevo 20 años, ahora es como si tuviera una tarjeta de memoria.
Estamos de acuerdo que el arte que está en las calles porque, vamos, el arte está en toda mínima expresión. El arte expresa lo que un alma encerrada dice cuando apenas ha salido al viento, respirando por primera vez, el aire lleno de color. Estamos en manos de alguien que entiende las calles como vías para vivir plenamente mientras te llenas de matices por dentro.
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